Que sí. A mí también me jode. Ese
día en que te enamoras. Que resoplas. Ese momento en que ves que es ella. Es
una enfermedad. No puedes parar de pensar en ella. La ves, la adoras, la
cuidas, la tocas, la miras, la sientes, la quieres.
Os lo voy a contar. Salí del
colegio. Era un día cualquiera. Me dirigí hacia mi abuelo como cada tarde, él
nunca falló: allí en medio, entre la
puerta y las rejas. Ese día no hablaba con nadie - siempre le preguntaba con
quién hablaba, sus atletas pequeñas ya
madres siempre eran conversa para él y para ellas. Lo siento si no lo
entendéis. Él sí lo entiende. Él fue el testimonio de mi único gran amor. Como
siempre, recogí mis cosas, miré mi mochila y solito me fui directo a él; un
beso y charla típica: ¿cómo ha ido? Como siempre. Las galletas me esperaban. Doradas, dulces,
cariñosas. Vaya, lo que en el fondo todos queremos no aceptar. Hasta ese
momento era el yo más primitivo. El yo más desconocido. Aún no sabía nada de lo
que era enamorarse.
Lo recuerdo como una imagen
borrosa. Era tarde y mi abuelo, por alguna razón que olvidé, en vez de salir
por la puerta volvimos para dentro del colegio. Hablábamos de deportes, como
siempre: Barça ha sido quizá mi
palabra más nombrada después de mama y papa. Miré hacia la izquierda y allí
estaba. Allí estaba. Mis ojos jamás han mirado cosa tan perfecta, tan hermosa.
Perdí la cabeza por ella ipso facto.
Su voz era acojonante. Se teñía de marrón, ahora de naranja. O ambas. Yo que
sé.
Tenía siete años. Iba para ocho.
No dudé. Le dije a mi abuelo si me podía casar con ella. Me dijo sin dudar: sí.
¿Cuándo quieres conocerla? Cuanto antes mejor.
Pero la vida es más complicada, o quizás la hacemos más complicada de lo que es. Y es que una pareja no dura para toda la vida, o sí.
Pero la vida es más complicada, o quizás la hacemos más complicada de lo que es. Y es que una pareja no dura para toda la vida, o sí.
Rompimos. Rompí yo. No porque no
sintiera lo mismo, sino porque necesitaba dejarla. No podía seguir. Aún
recuerdo con quince años la última vez que la miré, la escuché, la sentí y le
solté: mañana ya no estaré, mañana no volveré, mañana no seguiré, mañana, lo
siento. Claro es que cuando te la encuentras por la calle, por el patio donde tantos años estuviste andando o, en fin, por
donde sea, te duele. Y te enorgullece. Que sí. Lo remueve. Remueve mis heridas, mis victorias, mis
pérdidas, mis derrotas, mi.
Y es por esto que te escribo,
porque he vuelto. Porque eres mi vida. Porque ese día fue un punto de
inflexión. Y hasta hoy lo fue de reflexión. Y justo ahora que escribo estas
palabras a la vez que tu las lees, de decisión. Que me da igual, que la gente
te mirará pero yo te veré. Jamás lo olvidaré mientras sepa quién soy. He vuelto
para quedarme. Para ayudarte a hacerte mejor. Y a hacerme mejor. Eres y serás
mi mejor pareja de baile, y como alguien dijo, y siempre lo serás.