Creo que uno de mis últimos descubrimientos
es precisamente profundizar y cuestionar lo que durante dieciséis años nadie ni
siquiera me llegó a preguntar. ¿Para qué hago lo que hago? Es decir, ¿quién
decide mi destino? ¿Se trata de hacer lo que está bien aceptado?
Me refiero a ser consciente de mi camino. O
sea, que hasta ahora mi ignorancia ha reinado mi camino. Vas haciendo, vas
luchando… Mejor o peor, vas haciendo. Por suerte, muchas señales han empezado a aparecerse delante de mi cara diciéndome qué
narices estoy haciendo. Por casualidad o por causalidad, empecé a escuchar a mi
hermano mayor. Ya en Sardegna, hace dos años, empecé a explorar mi mundo
interior antes de iniciar mi viaje de Lloret de Mar hasta Barcelona. De mi
pueblo, de mis amigos, de mi zona de confort a la ciudad donde un chico “ejemplar”
– perfeccionista, trabajador, autoexigente, competitivo, comunicador y luchador
– estudiaría y se esforzaría para encontrar el éxito, el “sueño americano”…
Pero nadie me preguntó para qué ir a
Barcelona. Era una inconsciencia. Sí, yo elijo mi carrera... Nadie me impidió
decidirlo. ¿Pero por qué no se me ocurrió ir a otra ciudad a estudiar Ciencias
Políticas? ¿Pero por qué no se me ocurrió simplemente no decidirme por ninguna
carrera si no estaba seguro de para qué iba a usar la carrera de Ciencias
Políticas?
Ya veremos qué ocurre… Ya se verá. ¿Cómo que
ya se verá? Era ignorante. Ignorante de no saber que era inconsciente. En fin,
me he dado cuenta no hace demasiado tiempo de mi inconsciencia. Es curioso lo
que ahora mismo estoy viviendo. Es una sensación de pausa en mi vida: es como
si, por primera vez en mi vida, hubiera puesto el freno de mano y hubiera
clavado el coche. El coche iba automático, no me necesitaba. Yo era el
conductor, pero iba hipnotizado. Sí, yo lo puedo pilotar, pero va solo. El
coche iba a Barcelona porque desde la separación de mis padres había una deuda
– que en realidad era una malinterpretación moral – en la que sentía que yo debía equilibrar la
balanza yendo a vivir con mi padre después de vivir desde los diez años con mi
madre y mi hermano pequeño. El coche iba hacia el título de graduado
universitario de Ciencias Políticas. No era mala carrera, ni menos la
reputación que te pueda dar una universidad como la Pompeu Fabra. La
universidad pública más prestigiosa… Y la más pija. Por algo algunos la llaman
la Pompeu Harvard. Pero unos extraños ataques de pánico en la tercera o cuarta
clase en la que pensaba que vomitaba me hicieron empezar a preocuparme por mi
salud mental. Era el primer estímulo. ¿Por qué tenía miedo a vomitar en
público? Pero… ¿Qué clase de tortura mental se había interpuesto en mi camino?
¿Por qué de golpe empiezo a marearme en clase?
Había salido de mi zona de confort y no fue
un pasillo triunfal. Ni de coña. Por primera vez empezaba a poder gobernar. Era
como si, después de estar ligado a cadenas durante dieciséis años en la escuela
donde te decían que para ser libre debías obedecer, trabajar y luchar para ser
el mejor, de golpe las cadenas que te rodean ya no están y no sabes qué hacer.
Era como si llegar a la universidad fuera el destino, el punto de llegada, el
objetivo que ya había cumplido. Pero el cambio fue brutal. Mi rol dentro de
Barcelona no encajaba. Mi nuevo yo. Y mientras ir a clase se convertía en un
auténtico sufrimiento, en un auténtico acto de valentía, mi autoestima se
derrumbaba más y más… Y envidiaba la ignorancia y la ausencia de ese sufrimiento.
Para muchos, ir a la universidad es solo un trámite burocrático a pasar con la
suerte esperanzadora de obtener placer y llenar un vaso vacío lleno de alcohol,
drogas, sexo y ocio. Sin propósito.
Otra persona, por medio de su ejemplo, me
iluminó. El primer chico que conocí en la universidad con el que había ido de
más a menos con su relación, de golpe – en un seminario – empecé a preguntar
dónde se encontraba Óscar. Hasta que alguien, no recuerdo quien, me dijo: ha
dejado la carrera, tío. Decía sentirse esclavo. Muy raro. Asenté la cabeza.
Unos días más tarde, hablando con un
compañero, volvió a salir Óscar. Dijo, antes de huir, que quería descubrirse a
sí mismo. Que quería saber quién era. Avisó a sus padres que dejaba la carrera
y además explicó, sin entrar en debate con nadie, que se iba. Se iba y no sabía
cuándo volvería. Entendía preocupaciones, pero él decía adiós. Con poco dinero,
con algo de ropa, con todo lo poco necesario que se necesita para huir – como
si de un mendigo se tratara – me explicó
que había decidido vivir todo el Camino de Santiago y que ya vería entonces qué
haría. De universitario a mendigo por voluntad de conocerse. Un drama o… ¿Un
viaje? Estaba loco. No es nada común hacer algo parecido a esto pero… Algo
dentro de mí volvió a removerme.
Después de otros gestos que me mostraba el
universo, decidí decir basta y poner este stop
que tanto me está conmoviendo. Te
sientes bien porque por primera vez pilotas tu coche – no gobierna ni la
presión familiar, ni la social, ni la económica, ni tus miedos ni tus creencias
– pero tienes miedo. Inseguridad. Todos los pilares que me han metido en mi
cabeza de golpe, por mi despertar, carecen de coherencia. Por primera vez
cuestiono qué hay más allá de trabajar. Cuál es mi propósito de vida. Para qué
haces lo que haces.
Seguimos. Baloncesto. Obviamente hacer
baloncesto es ser yo. No solo por lo que gozo con una pelota naranja entre mis
manos, si no por lo que representa estar con niños y niñas llenos de alegría.
Soy útil a la sociedad porque ayudo a mejorar las condiciones físicas, motoras,
mentales y emocionales de mis jugadores. ¿Vivo quizás mi propósito de vida sin
ser consciente de ello? Siempre vuelve la creencia económica de “puedes vivir
con el baloncesto, pero no del baloncesto” con lo que otro camino se deberá
abrir. Fluir con ello…
Akademia. Un nuevo horizonte atractivo e
inspirador. Y sé que eso también me conlleva malestar, incomodidad, dolor – que
no es sufrimiento porque eso solo depende de si dejo que mi ego me perturbe – y
sensación de sentirte desnudo emocionalmente. Pero creo que este viaje me lleva
a mi esencia. Y eso me conecta con mi propósito de ser. Ayudar a sacar lo mejor
de los otros. Es como si conectara el 2 ayudador del eneagrama con la
perfección del 1 de sacar el máximo
rendimiento emocional de las otras personas.
Sea como sea, empiezo a darme cuenta de que
cada reto está para que pueda aprender de él. No se trata de que se obtenga lo
que uno quiera si no lo que uno necesita para aprender. Pero el reto es para
los valientes. Somos afortunados los que nos damos cuenta de que vamos por un
sendero que nos atormenta. Somos afortunados los que decidimos cambiar a pesar
de todo lo que nos rodea. Todo esto se lo recuerdo a mi ego que, si bien he
descubierto que no es mi “yo” desde hace muy poco tiempo, empiezo a explicarle
– con amabilidad, si puede ser – que quiero vivir desde mi esencia y no como él
quiera. Dejar de buscar salidas laborales para encontrar puertas sin abrir en
tu interior. Unas puertas que te conducen en un viaje en el que, con el tiempo,
espero llegar a encontrar la paz interior. Pero no debo olvidarme de algo que
he aprendido hoy: antes de llenar mi alma de paz, hay que vaciar toda la basura
que llevo conmigo. Y vivir la incomodidad, sentir el vacío y disfrutarlo será
parte de la búsqueda de la felicidad. Porque incluso cuando se trata de buscar
la felicidad dentro de uno mismo, no hay que olvidar de disfrutar todas las
etapas anteriores hasta alcanzarla.