diumenge, 18 de setembre del 2016

¿Para qué haces lo que haces?

Creo que uno de mis últimos descubrimientos es precisamente profundizar y cuestionar lo que durante dieciséis años nadie ni siquiera me llegó a preguntar. ¿Para qué hago lo que hago? Es decir, ¿quién decide mi destino? ¿Se trata de hacer lo que está bien aceptado?

Me refiero a ser consciente de mi camino. O sea, que hasta ahora mi ignorancia ha reinado mi camino. Vas haciendo, vas luchando… Mejor o peor, vas haciendo. Por suerte, muchas señales han empezado a aparecerse delante de mi cara diciéndome qué narices estoy haciendo. Por casualidad o por causalidad, empecé a escuchar a mi hermano mayor. Ya en Sardegna, hace dos años, empecé a explorar mi mundo interior antes de iniciar mi viaje de Lloret de Mar hasta Barcelona. De mi pueblo, de mis amigos, de mi zona de confort a la ciudad donde un chico “ejemplar” – perfeccionista, trabajador, autoexigente, competitivo, comunicador y luchador – estudiaría y se esforzaría para encontrar el éxito, el “sueño americano”…

Pero nadie me preguntó para qué ir a Barcelona. Era una inconsciencia. Sí, yo elijo mi carrera... Nadie me impidió decidirlo. ¿Pero por qué no se me ocurrió ir a otra ciudad a estudiar Ciencias Políticas? ¿Pero por qué no se me ocurrió simplemente no decidirme por ninguna carrera si no estaba seguro de para qué iba a usar la carrera de Ciencias Políticas?

Ya veremos qué ocurre… Ya se verá. ¿Cómo que ya se verá? Era ignorante. Ignorante de no saber que era inconsciente. En fin, me he dado cuenta no hace demasiado tiempo de mi inconsciencia. Es curioso lo que ahora mismo estoy viviendo. Es una sensación de pausa en mi vida: es como si, por primera vez en mi vida, hubiera puesto el freno de mano y hubiera clavado el coche. El coche iba automático, no me necesitaba. Yo era el conductor, pero iba hipnotizado. Sí, yo lo puedo pilotar, pero va solo. El coche iba a Barcelona porque desde la separación de mis padres había una deuda – que en realidad era una malinterpretación moral  – en la que sentía que yo debía equilibrar la balanza yendo a vivir con mi padre después de vivir desde los diez años con mi madre y mi hermano pequeño. El coche iba hacia el título de graduado universitario de Ciencias Políticas. No era mala carrera, ni menos la reputación que te pueda dar una universidad como la Pompeu Fabra. La universidad pública más prestigiosa… Y la más pija. Por algo algunos la llaman la Pompeu Harvard. Pero unos extraños ataques de pánico en la tercera o cuarta clase en la que pensaba que vomitaba me hicieron empezar a preocuparme por mi salud mental. Era el primer estímulo. ¿Por qué tenía miedo a vomitar en público? Pero… ¿Qué clase de tortura mental se había interpuesto en mi camino? ¿Por qué de golpe empiezo a marearme en clase?

Había salido de mi zona de confort y no fue un pasillo triunfal. Ni de coña. Por primera vez empezaba a poder gobernar. Era como si, después de estar ligado a cadenas durante dieciséis años en la escuela donde te decían que para ser libre debías obedecer, trabajar y luchar para ser el mejor, de golpe las cadenas que te rodean ya no están y no sabes qué hacer. Era como si llegar a la universidad fuera el destino, el punto de llegada, el objetivo que ya había cumplido. Pero el cambio fue brutal. Mi rol dentro de Barcelona no encajaba. Mi nuevo yo. Y mientras ir a clase se convertía en un auténtico sufrimiento, en un auténtico acto de valentía, mi autoestima se derrumbaba más y más… Y envidiaba la ignorancia y la ausencia de ese sufrimiento. Para muchos, ir a la universidad es solo un trámite burocrático a pasar con la suerte esperanzadora de obtener placer y llenar un vaso vacío lleno de alcohol, drogas, sexo y ocio. Sin propósito.

Otra persona, por medio de su ejemplo, me iluminó. El primer chico que conocí en la universidad con el que había ido de más a menos con su relación, de golpe – en un seminario – empecé a preguntar dónde se encontraba Óscar. Hasta que alguien, no recuerdo quien, me dijo: ha dejado la carrera, tío. Decía sentirse esclavo. Muy raro. Asenté la cabeza.

Unos días más tarde, hablando con un compañero, volvió a salir Óscar. Dijo, antes de huir, que quería descubrirse a sí mismo. Que quería saber quién era. Avisó a sus padres que dejaba la carrera y además explicó, sin entrar en debate con nadie, que se iba. Se iba y no sabía cuándo volvería. Entendía preocupaciones, pero él decía adiós. Con poco dinero, con algo de ropa, con todo lo poco necesario que se necesita para huir – como si de un mendigo se tratara –  me explicó que había decidido vivir todo el Camino de Santiago y que ya vería entonces qué haría. De universitario a mendigo por voluntad de conocerse. Un drama o… ¿Un viaje? Estaba loco. No es nada común hacer algo parecido a esto pero… Algo dentro de mí volvió a removerme.

Después de otros gestos que me mostraba el universo, decidí decir basta y poner este stop  que tanto me está conmoviendo. Te sientes bien porque por primera vez pilotas tu coche – no gobierna ni la presión familiar, ni la social, ni la económica, ni tus miedos ni tus creencias – pero tienes miedo. Inseguridad. Todos los pilares que me han metido en mi cabeza de golpe, por mi despertar, carecen de coherencia. Por primera vez cuestiono qué hay más allá de trabajar. Cuál es mi propósito de vida. Para qué haces lo que haces.


Vamos a ver. Por las mañanas, me comprometo a estudiar inglés. A sacarme el First.  Pero para qué? ¿Para tenerlo en el currículum vitae? No. ¿Para saber inglés? Sí. ¿Y para qué quieres el inglés? Para poderme comunicar con más personas. ¿Y esto lo vas a usar como herramienta para lucrarte? No. ¿Entonces para qué narices lo quieres? Para disponer de una herramienta más para llegar a más diferentes colectivos de personas no necesariamente con origen latino. Para poder, desde el baloncesto o desde el Coaching – por ejemplo – ayudar a sacar el máximo potencial de las personas. Vale. Puedo comprometerme a sacármelo. No es hacer por hacer. Y si luego me conduce nuevas salidas que desconocía, bienvenida sean las puertas que se abran en mi camino.
Seguimos. Baloncesto. Obviamente hacer baloncesto es ser yo. No solo por lo que gozo con una pelota naranja entre mis manos, si no por lo que representa estar con niños y niñas llenos de alegría. Soy útil a la sociedad porque ayudo a mejorar las condiciones físicas, motoras, mentales y emocionales de mis jugadores. ¿Vivo quizás mi propósito de vida sin ser consciente de ello? Siempre vuelve la creencia económica de “puedes vivir con el baloncesto, pero no del baloncesto” con lo que otro camino se deberá abrir. Fluir con ello…
Akademia. Un nuevo horizonte atractivo e inspirador. Y sé que eso también me conlleva malestar, incomodidad, dolor – que no es sufrimiento porque eso solo depende de si dejo que mi ego me perturbe – y sensación de sentirte desnudo emocionalmente. Pero creo que este viaje me lleva a mi esencia. Y eso me conecta con mi propósito de ser. Ayudar a sacar lo mejor de los otros. Es como si conectara el 2 ayudador del eneagrama con la perfección  del 1 de sacar el máximo rendimiento emocional de las otras personas.


Sea como sea, empiezo a darme cuenta de que cada reto está para que pueda aprender de él. No se trata de que se obtenga lo que uno quiera si no lo que uno necesita para aprender. Pero el reto es para los valientes. Somos afortunados los que nos damos cuenta de que vamos por un sendero que nos atormenta. Somos afortunados los que decidimos cambiar a pesar de todo lo que nos rodea. Todo esto se lo recuerdo a mi ego que, si bien he descubierto que no es mi “yo” desde hace muy poco tiempo, empiezo a explicarle – con amabilidad, si puede ser – que quiero vivir desde mi esencia y no como él quiera. Dejar de buscar salidas laborales para encontrar puertas sin abrir en tu interior. Unas puertas que te conducen en un viaje en el que, con el tiempo, espero llegar a encontrar la paz interior. Pero no debo olvidarme de algo que he aprendido hoy: antes de llenar mi alma de paz, hay que vaciar toda la basura que llevo conmigo. Y vivir la incomodidad, sentir el vacío y disfrutarlo será parte de la búsqueda de la felicidad. Porque incluso cuando se trata de buscar la felicidad dentro de uno mismo, no hay que olvidar de disfrutar todas las etapas anteriores hasta alcanzarla.